jueves, 9 de febrero de 2012

noventa.

El canalla, el malo, el que se sube a la moto mientras enciende un pitillo. El que no le rinde cuentas a nadie salvo a sí mismo, es la promesa eterna de la libertad. Es el que a su lado, cada día será diferente al anterior. Es la inestabilidad, la tormenta, el caos. Es el "hoy te quiero menos que ayer y mañana no sabré ni quién eres." Es la sonrisa hipnótica del rebelde sin causa, el deseo que viaja en tranvía, el capitán Jack Sparrow, el mañana que nunca muere. Es, en definitiva, la atracción que ejerce lo prohibido, lo que no nos conviene, lo que nos va a hacer sufrir. Porque en el fondo esa atracción se basa en la remota y utópica posibilidad de poder domar a la fiera, de ser la que ha conseguido meter en el redil al que nunca quiso ser boy-scout. Ser la que ha conseguido que la sonrisa de un canalla deje de lucir o, mejor dicho, que sólo lo haga por ti. Pero querida, si hicieran eso, serían como los demás, como todos los que convienes, como los que no te harán sufrir. Y entonces ya no tendrán ningún tipo de morbo, por eso seguimos sonriendo.