miércoles, 7 de septiembre de 2011

sesenta y cuatro.


La vida me tiene hasta los cojones, estoy completamente harta de que cuando estoy feliz alguien llegue para joder ese momento. Estoy cansada de intentar una y otra vez reconducir mi vida sin encontrar nada, de no poder resolver mis dudas, a la duda existencial de qué se te pasa por la cabeza. Estoy cansada de que mi euforia se esfume como el humo de los cigarros y de ser yo misma una espectadora de mi vida. Estoy harta de intentar entender a los demás, de ver las cosas que ellos no ven, pero de ser incapaz de ver las mías propias. Estoy absolutamente agotada de luchar y sé que la culpa es mía, sí, la culpa es mía por pensar que quizá las cosas fueran esta vez distinta, por ilusionarme, por decirle a los demás que sus presentimientos tenían algo de realidad. Estoy cansada de mi rumbo de vida, de pensar en ti y de pensar que tú quizá también pienses en mí. Pero sobre todo estoy cansada de ser tan débil, tan cobarde como para no tener el valor de ir y preguntarte de qué palo juegas y después decidir. Supongo que todo esto se debe a la impotencia que siento ante ese comentario que me han hecho, que aunque sé que en ninguno de los casos era con mala intención, ha conseguido arrebatarme la sonrisa y ha traído de nuevo a la niña de ojos tristes. Pero, ¿sabéis qué es lo peor de esto? Que mañana te veré y no me importa, es más, me agrada. Pero ¿qué hago? Sigo como siempre y me río con ganas de nuestras gracias estúpidas o dejo que gane el angelito que hay dentro de mí. Porque a veces tengo la sensación de que esa alegría además de tonta es ficticia.